Chinches, drogas y sexo...en vivo
Los comerciantes se quejan del foco infeccioso y «lujurioso» en el que se ha convertido Sol
Alberto (nombre ficticio) se ríe de la inspección sanitaria que llevó a cabo Madrid Salud el pasado viernes. Se sube el polo y muestra una veintena de picaduras provocadas «por chinches». «Con 60 años que tengo me he tenido que afeitar todo el torso para que se me fueran los insectos», protesta más indignado que todos los individuos de la propia plaza. Las huellas que han dejado en su cuerpo los parásitos le llegan hasta el brazo izquierdo. Rehúsa que se le tome una instantánea. «Déjate, que luego vienen a por mí», señala. El mismo esquematiza los ingresos y pagos de su negocio: «Todos los meses tengo que pagar 4.500 euros y la semana pasada perdí 1.000. Las cuentas ya no me salen», lamenta.
Otra de las personas que sufrieron picaduras «de pulgas» en los pies fue la encargada de una conocida pastelería de la Puerta del Sol al quitar los carteles que habían pegado en el escaparate «los indignados». «Llevaba unos zuecos con los pies al descubierto», se justificaba en su momento.
El sexo practicado a la intemperie y a plena luz del día es otra cuestión que critican los trabajadores de la zona. De hecho, uno de ellos grabó un vídeo con el móvil desde el edificio que cubre la lona publicitaria destrozada. En la secuencia, que muestra pero no cede, se ve a una pareja encima de una superficie más alta del campamento, besándose y realizando movimientos «sospechosos».
«Necesitamos condones»
«El otro día decían por megafonía: “Necesitamos condones, porque en estas concentraciones prolifera el amor”», relata un tendero. Tanto es así, que el mismo se encontró a una pareja copulando a las puertas de su negocio. «Eran las siete de la mañana. No podía abrir porque estaban ellos y como no se enteraban de que yo estaba ahí, le di con el pie en la pierna al chico y les dije que se fueran a otro lado. ¡El tío se levantó y tenía el trasero al aire!», dice con desdén.
A todo esto hay que sumar el consumo de drogas y alcohol bajo las jaimas, algo explícito y visible simplemente con dar un paseo por el lugar. «Si quiero un porro, ya me lo fumo yo. Casi salgo colocado de aquí todos los días», cuenta un trabajador de los quioscos, que al igual que sus compañeros, no pueden más.